domingo, 9 de febrero de 2014

Confesiones de un adicto: El daño que me hice.



02-09-2014
Mientras estoy escribiendo estas líneas escucho el agua golpear contra los cristales y sobre la cubierta de mi apartamento. Vivo en el último piso y la mezcla de estos sonidos con el del aire confieren al espacio que me envuelve un toque de nostalgia y de languidez reforzado, si cabe, por mi estado de ánimo recuperándome de una gripe reciente que me ha dejado con el cuerpo desquiciado tal como suele suceder con estas cosas y más a una cierta edad. Tengo apagada la radio, la televisión y cualquier otro aparato de hacer ruido pues aún no he aprendido a hacer más de una cosa a la vez como escribir y escuchar música.

Estoy ordenando papeles y me acaba de aparecer el último informe de mi neuróloga: “buena evolución de su cuadro de la neuropatía enólica”, pone al comienzo. Parece que en lo más profundo se haya encendido una alarma y como si quisiera pasar por alto y no haber visto esas palabras. Pero ahí están, letras negras en el papel blanco, nítidas, bien claras. Y eso que ahora como que le quitan dramatismo; evidentemente enólico no suena igual que alcohólico. De todas formas, lo pongan como lo pongan, ese soy yo.

Hace dos años pasé el peor y más duradero período desde que comencé mi recuperación (lo pongo así porque los anteriores no cuentan). Comenzó despacio como lo hacen las grandes catástrofes y se convirtió en un año atroz hasta que, tras pasar por todas las especialidades llegué al neurólogo que por fin puso nombre a mi dolencia. Parece ser que tengo el sistema nervioso central dañado y según el especialista ello es debido a mis años de excesos con la bebida. Yo de inmediato como que me sublevé y le respondí que ya hace muchos años que no consumo pero me dijo que no importaba, que ahora es cuando se percibía el daño causado. Bueno, no insistí y di por bueno el diagnóstico pues durante estos años de abstinencia he aprendido que tengo la obligación de cuidar mi cuerpo lo mejor posible de forma que funcione como una máquina bien engrasada y una de las formas de conseguirlo es haciendo caso a los médicos. Sé que el daño está ahí pero me tomo las píldoras pertinentes y vivo adecuadamente bien.

Este hecho tan nimio me lleva a dos reflexiones. Yo sé, porque lo hice, que cuando se consume se maltrata sobremanera el cuerpo (también la mente) no solamente por el consumo en sí sino por la vida descuidada y desordenada que se lleva, las noches sin dormir, los días sin comer y cuando pasaba todo eso por la angustia de lo hecho, la rabia de haberlo hecho y la tristeza de ver el entorno con tanto sufrimiento causado por uno. Pero el estado físico es posiblemente lo primero que se recupera y muy pronto uno se empieza a querer porque se ve mejor de lo que nunca hubiera pensado.



Basándome en ello yo he mantenido la idea de que los daños físicos, si es que había alguno, se recuperaban sin dejar secuelas. Y es que tuve la suerte de que no se me dañó el hígado ni ningún órgano sensible hasta que lo acontecido echó por tierra esta idea y seguro que además tengo más de alguna neurona desquiciada. De ahí las ideas tan extrañas y que me parecen brillantes que a veces se me ocurren. Bueno, pues a aceptar lo que toca con la mejor voluntad y procurando mejorar lo presente.

Hay otro aspecto sobre el que también quiero reflexionar. Yo no sé si la neuróloga hubiera llegado a esa conclusión de motu proprio o llegó a ella porque en mi historial médico consta que padezco de una dependencia y que durante un determinado tiempo me dejé llevar por ella. En determinado momento y a la pregunta de si padecía de alguna enfermedad me vi en la obligación de hacer partícipe a mi médico de esta dolencia. ¿Cómo, si no me va a atender adecuadamente, deduciendo posibles alergias o efectos secundarios de medicamentos? De lo contrario estaba haciendo lo mismo que cuando engañaba al siquiatra, o eso pensaba, y así no hay forma de tratar adecuadamente a nadie.

Por otra parte, si pretendemos normalizar este tipo de enfermedades, que las entienda y acepte la sociedad, tendremos que entenderlas y aceptarlas primero nosotros y no hay mejor forma que, en el momento que proceda, decirlo. No se trata de contarlo a todo el mundo, no es eso pero sí a médicos y personal sanitario.
Hace años que yo doy la cara cuando me lo piden para un fin de divulgación en la radio, en charlas, etc. pero en el resto de mis días con un simple “no bebo” me sobra. Eso sí, dicho con toda la normalidad del mundo.

Vaya, ha dejado de llover y se ha roto el encanto del ruido del agua contra los cristales. Voy a poner uno de esos aparatos de meter ruido que se televisión. Esta semana me he retrasado. Perdonad los que me leéis.

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