viernes, 15 de noviembre de 2013

Confesiones de un adicto (4): ¿Enfermedad o má bien vicio rechazable?



Me acabo de enterar por mi amiga Oihana, http://vidadespuesdeladroga.wordpress.com/ De que hoy es el día sin alcohol. Ayer o antesdeayer fue el día de la diabetes y me imagino que cada día del año será el día de algo. L a verdad es que no hago mucho caso a estos días, más bien ninguno y además, me imagino que por mi espíritu de la contradicción, que aún no he conseguido dominar, tiendo a hacer justamente lo que dicen que ese día no hay que hacer y así, en los tiempos en que aún fumaba, recuerdo que el deleite fumando un cigarro era mayor que cualquier otro día. Mi rebeldía.

Pero ya que hoy es ese día señalado, me apetece romper una lanza por todos nosotros, los adictos, en activo o no. En mi caso al alcohol. Me había dominado de tal manera que en ocasiones seguía bebiendo aunque mi cuerpo ya lo rechazara. Me obligaba a beber. Episodios de enolismo, lo llaman ahora, que queda más fino que alcoholismo.

Es natural que también la sociedad me rechazara, de tal forma y manera que me iba quedando sin amigos, sin trato familiar y lo más normal era andar vagabundeando de bar en bar. Este asunto de la soledad ha pesado sobre mí como una losa hasta hace bien poco.

Por supuesto que no tenía ni idea de que en realidad estaba enfermo y que tenía anulada mi voluntad. Así pues, el rechazo social me parecía de lo más normal !si yo mismo me consideraba un vicioso¡ ¡Lo que llegué a odiarme por ello¡

Cuando un buen día decidí que ya no podía caer más bajo y que o ponía solución o me moría (sí, así es, iba camino de morirme en cualquier esquina), empecé a entender y comprender mi condición. Entendí que estaba enfermo, que yo, por mi sola voluntad, no podría curarme y que mi enfermedad no era precisamente mi forma de beber con desmesura. Como es natural, este conocimiento no me vino por inspiración divina; en un principio fue a la medicina tradicional a la que recurrí, pero aparte del consabido antabús para que dejara de beber no me daban otra solución.

Los días sin beber (o sea, sin drogarme) eran eternos y estaba irascible todo el tiempo, sin un proyecto de vida satisfactorio hasta que un buen día, después de mucha vergüenza, asistí por primera vez a una reunión donde todos los presentes habían recorrido mis mismos pasos. Les conté y me contaron, pero a ellos se les veía tranquilos y yo estaba tenso. Comencé a acudir con regularidad a las reuniones que hacían, a seguir sus mismos pasos a querer ser como ellos. Me dijeron que tuviera paciencia.

Pasaron unas semanas y ya no bebía lo cual me tenía ilusionado y asombrado y un buen día me desapareció la obsesión por beber y cuando me levantaba ya no tenía que obsesionarme por no beber. Este noviembre, hace treinta años en que como Saulo de Tarso, caí del caballo y se me iluminó la mente. Sigo asistiendo a aquellas reuniones donde me daba vergüenza que me vieran entrar.

Pero tú ya estás curado, hay quien me dice, con la mejor voluntad, supongo, pero es que no saben de la verdadera condición de mi enfermedad. Yo ahora sé que mi enfermedad no consiste en beber alcohol de forma descontrolada, de drogarme, en una palabra. Eso es como la fiebre en otra enfermedad, lo que se ve. De la misma manera, mi enfermedad la llevo dentro y no es de condición física; es mi forma defectuosa de concebir la vida, mi falta de habilidades para controlar las emociones, mis miedos que siempre me han acompañado, las frustraciones por mis metas inalcanzadas, mi falta de habilidad social, el odio que iba acumulando hacia mí mismo, la vergüenza por actos que no podía contar a nadie… Cuando bebía, todas estas sensaciones y carencias desaparecían de tal forma que, un nivel de alcohol adecuado se convirtió en mi estado natural. Y en contra de la opinión generalizada, se sufre mucho. Por eso llevo tanto tiempo aprendiendo a manejar estas carencias.

No creo que la sociedad entienda muy bien todo esto. Quizá ya no nos consideren tan viciosos y tengan más sentido de conmiseración hacia nosotros los adictos. Cuando he dado charlas sobre el tema, siempre noto que el público se centra más sobre los episodios morbosos y no en intentar comprender bien la profundidad de este mal, cómo tratarnos, si es conveniente pasar por alto todo lo que hacemos en activo o no, etc. Por eso es necesario que nos expliquemos cuando sea procedente, sin miedo.

Hace tiempo que tengo controlada mi adicción, lo cual no excluye que en cualquier momento pueda caer, pero hoy no. Los únicos problemas que me ha causado fueron los que yo creaba bebiendo. Desde que no lo hago me siento plenamente integrado en la sociedad; por supuesto que no tengo que llevar un letrero diciendo que soy alcohólico y lo digo si quiero y a quien quiero si lo creo conveniente. Ya perdí el miedo a la vida social y aunque sé que hay personas un poco pesadas, tengo mis trucos para que no me insistan: en una comida es tan sencillo como permitir que te llenen la copa de vino y dejarla así hasta el final. Y de todas formas hay muchas personas que ni beben ni fuman y de la misma manera que declino un cigarro lo hago con una copa, con naturalidad. Además me ha ocurrido algo impensable, vivo placenteramente y contento sin echar en falta la bebida y aunque ahora estoy jubilado he tenido ocasión de realizar una vida de trabajo exitosa.

Como veis, me limito a contar los sitios por donde he pasado. Quizá haya quien lea esto y le sirva, si es que lo necesita, y que se de cuenta de que no somos apestados; quizá haya quien entienda un poco mejor este sufrimiento de las adicciones.

Bueno, pues hoy es el día sin alcohol y no he bebido. Mañana…Dios dirá.

Un día a la vez.

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