Como escribía en mi primer post sobre estos temas, existen
diversas formas de afrontar una adicción como puede ser un ingreso de mayor o
menor duración en una clínica o centro al efecto o la asistencia a reuniones
que ofrecen diversas comunidades. Yo opté por una comunidad en mi ciudad que es la que me ha servido después de probar en varios sitios sin éxito.
Cada persona elige el lugar que más se adapta a su forma de ser, a sus medios
económicos o el entorno que más se adapta a su carácter. Como curiosidad baste
reseñar que en USA hay centros que han optado por llevar una vida militar
contratando a suboficiales de los marines para la labor. (Ya sabéis, eso de “señor,
sí señor”).
Pero antes de dar cualquier paso en este sentido, yo adicto,
tengo que ser consciente de que tengo esa enfermedad (porque de una enfermedad
se trata), de que realmente quiero detener su progreso y de que, yo en este
caso, quería dejar de sufrir y no caer más bajo, que se podía, intentando llevar
lo que a mí me parecía una vida normal. Y para conseguir todo esto tenía que
recurrir a uno de los anteriores sitios donde terapeutas, psiquiatras o
personas que ya habían pasado por lo mismo que yo, me indicaran los pasos a
seguir.
Además, tenían que hacerme ver que existía la posibilidad de
alcanzar otra manera de vivir con todo aquello de lo que carecía: alegría,
pasión por la vida, esperanza en el futuro, paz interior, en fin, todo eso que
hace que la vida merezca la pena. Yo había intentado muchas veces dejar de
beber, a veces del todo, a veces controlando, cambiando de producto otras y
aparte de que era un sinvivir estar todo el día esforzándome en controlar mis
ansias, terminaba por abandonarme de nuevo y vuelta a empezar con algún que
otro problema añadido. Y durante el tiempo que aguantaba en abstinencia no
conseguía nada de lo anterior sino solamente mal humor, ansiedad y malos modos
para desahogarme.
Ya convencido de que la bebida me estaba destrozando, de que
sólo no podía y de que quería vivir (vivir sin más), comencé mi andadura que
hasta el día de hoy ha sido un cúmulo de experiencias, de aciertos y de
equivocaciones, de frustraciones que me han hecho aprender, pero siempre
siguiendo los pasos de quienes me habían precedido y que veía que les había
funcionado.
A día de hoy, no recuerdo si me fue muy costoso dejar la
bebida; solamente quedaron en el recuerdo momentos aislados; cuando me dijeron
que había cruzado la línea y que ya nunca podría volver a beber, pero que no me
preocupara, que siempre solamente es el día de hoy, mañana quién sabe; lo
preocupado que estaba en cómo se podía vivir sin beber porque me convertiría en
una persona gris y triste; me dijeron que tendría que cambiar un montón de
hábitos de mi vida, de amistades y hasta de forma de ser, pero encontré algo
que me enganchó desde el principio: por primera vez podía contar qué cosas
hacía, qué me ocurría sin que nadie se escandalizara ni me juzgara.
A pesar de todo, persistí y un buen día me asombré de que
podía salir a la calle sin necesidad de entrar a un bar, empezaba a ser capaz
de afrontar situaciones que no me agradaban sin animarme con un par de copas, ¡qué
descanso poder conducir sin miedo a que me pararan! Y empezó a gustarme esa
forma de vida. Todo ello sin que se me agriara el carácter ¡todo el día sin beber!
Sino que estaba contento y hasta exultante.
Durante este período, era todo oídos, tratando de aprender
de qué forma llamaban mis compañeros a las cosas que les ocurrían, que al final
eran las mismas que a mí me ocurrían y que yo iba descubriendo sin saber
siquiera cómo se llamaban. Empecé a enterarme de que no tenía un carácter fuerte
sino que tenía muy mala leche, de que no siempre tenía la razón (casi nunca)
por mucho que levantara la voz, de que era un puñetero egoísta que no pensaba más que en mí.
Todo esto no me gustaba y pregunté qué podía hacer con ello.
Entonces fue cuando de verdad comencé a afrontar mi auténtica enfermedad: yo y
mis desvíos emocionales y de carácter y mi provisionalidad en la vida llena de
frustraciones.
-
–
Mira – me dijeron – puedes limitarte a estar sin
beber sin más, con el consiguiente sufrimiento por no poder hacerlo y quién
sabe cuánto durarás así o puedes cimentar las bases de una vida tan feliz como
tú quieras.
Si de verdad quería sacar provecho de una vida sin beber,
parece ser que tenía que enfrentarme a mi yo, ver cómo era, mirar de frente a
mis miedos y a mis culpabilidades y hacer los posibles por reconciliarme
conmigo mismo. Después tendría que reconciliarme con la sociedad, reparar daños, enderezar enemistades familiares y con otras personas. De paso
aprender de nuevo a comportarme en sociedad, tenía que retomar la comunicación
olvidada en el matrimonio, en fin, recuperar todo el tiempo perdido con la
bebida y durante el cual me había quedado estancado en mi progreso vital. Una
labor ingente y apasionante que todavía me dura.
Pero todo esto mejor lo dejamos para la próxima porque
seguro que termino aburriendo.
Un día a la vez.
No hay comentarios:
Publicar un comentario