domingo, 1 de diciembre de 2013

Confesiones de un adicto (6): Superar la adicción: el inicio.



Bueno, hace tres semanas que de alguna manera he conseguido controlar mi adicción y no bebo. Han sido tres semanas que he vivido como si estuviera flotando y me he visto muy frágil de forma que creo que he cambiado hasta la forma de andar, con más cuidado. Pero ya he vuelto a la vida, a poner los pies en el suelo y veo que todo sigue igual, los problemas siguen en su sitio, aunque esta vez no han aumentado; levantarme para trabajar me sigue pareciendo ingrato; ha vuelto el complejo de culpa que siempre me ha perseguido, el miedo a no hacer lo que se espera de mí, a quedar mal con la gente, los miedos a no sé qué .¿Qué esperaba?

Si alguna cualidad tengo es la tenacidad y nunca me doy por vencido, así pues me he dedicado a encontrar el secreto de por qué a esas personas que ya han pasado por lo mismo se les ve con maneras tan mesuradas (no a todos, que todo hay que decirlo) Y me he ido enterando a medida que se ha ido aclarando mi mente

Parece ser que tengo que hacer una especie de catarsis del yo. Parece lógico. Yo no puedo ordenar mi vida y marcarme unas metas sin saber quién soy. Tengo que enfrentarme a mi sentimiento de culpa y de vergüenza y tratar de asumirlo como algo que en mi pasado ha moldeado mi vida hasta hacer que sea como soy. Tengo que ponerme  frente a mis miedos y mirarlos de frente aunque me asusten y tratar de ver dónde residen sus raíces profundas. Con unos lo conseguiré y con otros no y me incomodarán de vez en cuando, porque no sé de donde proceden, a qué tengo miedo (¿angustia vital?). Los miedos conocidos, a encarar los problemas materiales, son ingratos de afrontar pero tienen un origen y unas consecuencias y al final el planteamiento que me hago  consiste en ¿qué es lo máximo que puede pasarme? Y una vez asumido desaparece el miedo irracional.

Dentro de esta catarsis, tengo que ir conociendo y poniendo nombre a una serie de emociones que voy experimentando como pueden ser el amor, así, en general, el desprecio, la ira, la empatía, los resentimientos, en fin, toda esa serie de sentimientos que supongo que todo el mundo conoce pero que yo nunca he aprendido a manejar, ni he sabido expresar de forma adecuada.

Ahora sé que esto es una labor para toda la vida pues se trata nada menos que de vivir conmigo, con mis contradicciones, con mi yo que me gusta y con mi yo que no me gusta evitando el conflicto entre ellos, potenciando al uno y apaciguando al otro y sobre todo aceptándome, aceptando el entorno vital y mejorándolo en lo posible. De esta forma evitaré el deseo de escabullirme a otra vida por medio de la bebida que es lo que durante media vida he hecho. Se trata de vivir lo bueno y lo menos bueno.

Ahora que me he enfrentado a mi yo, tengo que enfrentarme a mi entorno. Que sea un enfermo con esta adicción no me exime de la responsabilidad de mis actos y son muchos los daños y las ofensas que he causado a mí alrededor, empezando por mi familia y terminando con mis deberes sociales. Me dicen que tengo que reparar y restituir en la medida de lo posible ya que habrá daños tan grandes que no me será posible hacerlo.

Claro está que en absoluto me apetece, lo pasado, pasado está, ya se irían olvidando las cosas, pensaba. No funciona así, me dicen, y me explican que si de verdad quiero mantenerme abstemio en el tiempo, sobrio lo llaman, tengo que conseguir una vida sin sobresaltos, sin miedo a salir a la calle, ni a llamadas de teléfono, ni a correos apremiantes. Y como es lo que quiero, me he puesto manos a la obra y de la mejor manera posible he encarado todos estos asuntos incluyendo mis diferencias con el fisco.

Cuando cansado de sufrir decidí dejar la bebida, sin saber cómo, por cierto, ni de lejos pensaba que se me iba a presentar una labor como la que he descrito. Me han ocurrido muchas vicisitudes en el camino: he querido hacerlo todo muy rápido y me he estrellado; he querido ser el mejor en esta labor y no he conseguido más que frustración; he probado a hacerlo sin prisas y me ha funcionado y cuando hago algo inconveniente, no me castigo, soy condescendiente conmigo.

He aprendido que soy una persona corriente, con mis miedos, mis defectos y mis carencias, que hay días que se levanta con la pierna equivocada y que a veces no ve sentido a la vida, vamos, con una vida corriente. Pero he conseguido vivir, que no es poco, lo bueno y lo menos bueno y al contrario que cuando era un adicto en acción, procuro cuidarme, ayudar a los demás en cosas que puedo y he conseguido la suficiente satisfacción como para no acordarme siquiera de la bebida.

Soy consciente de que tengo una enfermedad y aunque ya quedan muy lejos los tiempos en que no la sabía manejar, tengo que recordarme de vez en cuando mi pasado para que no vuelva a ocurrir. Ahora soy capaz de decidir lo que quiero y sé que con una simple copa puedo perder esta habilidad.

Hace unos treinta años, no podía imaginar que estaría una tarde de domingo escribiendo cosas de mi vida y no con afán didáctico sino porque tengo necesidad de contar lo que fue mi adicción y lo que he hecho para superarla.

Yo he podido ¿quién no?

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