Se acerca la Navidad, el solsticio de invierno o lo que sea
que cada uno celebre…o no celebre, que de todo hay. En mi memoria han quedado
celebraciones durante estos días que de ninguna manera volverán como aquellas
de niño, con la inocencia aún intacta. Pero también han quedado recuerdos de otras fiestas que me gustaría que no
hubieran sucedido y que sin embargo no quiero olvidar porque son parte de mis
vivencias y además, su recuerdo, son una especie de garantía para que no
vuelvan a suceder.
Eran los años más crudos de mi adicción descontrolada al
alcohol y posiblemente, en mi recuerdo, se mezclan secuencias de varios años, creando, al final una sola
realidad que me vuelve estos días a la memoria entre brumas de aquellos tiempos grises. Me causa
una especia de melancolía, un no querer haber sido, pero ya no me producen
miedo ni me causan mal alguno pues me he reconciliado con estos recuerdos y no
porque sea alguien excepcional sino simplemente porque no puedo hacer nada para
que no hayan sido.
En aquellos años, teníamos dos hijos pequeños y nos gustaba
organizar cenas en nuestra casa a donde venían invitados los hermanos de mi
esposa con sus respectivos cónyuges e hijos. Casi todos teníamos hijos
pequeños. Yo ayudaba en alguna labor de la preparación de la mesa mientras
pensaba que ese día no la iba a liar. Me había encargado antes de que no
faltara ninguna clase de bebidas pero estaba mentalizado a beber con
moderación.
Los primero en llegar fueron un cuñado, su esposa y sus hijos. No es que me
cayera especialmente bien, pero en cuanto me dijo para salir un rato hasta la
cena pues era aún pronto me apunté sin pensarlo. En la mirada de mi mujer vi un
rápido destello de temor pero imagino que no consideró oportuno decirme que no.
Y nos fuimos a dar una vuelta. “Dos vasos y nada más”. “Dos
vasos y nada más”. Era como un mantra que repetía en mi mente. Recuerdo que
recién habían salido los billetes de cinco mil pesetas, (hace tiempo ¿eh?) y me
habían pagado con alguno de ellos. Como no podía ser de otra manera, tenía que
enseñarlo y pagué el primer servicio y el segundo y no recuerdo si seguí
pagando pues una vez empezaba perdía el control y por lo general volvía a casa
sin dinero.
Mi cuñado era tan bebedor como yo, no sé si le afectaba de
la misma manera, aunque pienso que algo sí y yo en aquel tiempo tenía un enorme
complejo de inferioridad, así que, en cuanto me propuso ir a visitar un bar de
mujeres que había cerca, acepté sin pensarlo. Para entonces ya había perdido el
sentido del tiempo y ni se me ocurrió mirar el reloj para ver cuánto teníamos
aún. Y además ¿qué importaba?, ya llegaríamos.
Y así, nos presentamos los dos en el susodicho local. Dada
la fecha (24 de diciembre a la noche) no había nadie salvo dos mujeres tras la
barra. Tengo que decir que no se si eran guapas o no ni sé si tomamos alguna
consumición, algo hablaba mi cuñado con ellas pero no tengo un recuerdo muy
claro.
Se abrió la puerta de pronto y aparecieron mi mujer y su
cuñada que nos hicieron salir y nos llevaron a casa. Es uno de los momentos que
más vergüenza he pasado en mi vida, ya que aún quedaban otros momentos ese día.
Y por el camino iba rememorando todo el proceso o lo que era capaz de recordar,
de por qué había llegado hasta allí y veía mi falta de carácter, mi complejo de
inferioridad que intentaba tapar con un gran orgullo y todo ello lo sumergía en
bebida.
La llegada a casa fue, por decirlo de alguna manera,
triunfal. En la mesa del salón, llena de todos los aperitivos, incluyendo
algunos de los que yo había ayudado a preparar, se encontraban ya sentados
todos los invitados. Recuerdo que alguna de mis cuñadas me miró con una mezcla
de reproche, de sorpresa y de algo más; del resto no me acuerdo. Mi sitio me
estaba esperando, presidiendo la mesa, pero yo no estaba por la labor: estaba
sudando, ese sudor frío tan propio de la bebida, me estaba mareando por
momentos y además no me apetecía comer nada.
Ni siquiera me senté a la mesa, me fui a mi habitación y me
acosté. La cama y la habitación daban vueltas y me tenía que agarrar pues
parecía que me iba a caer, mientras escuchaba las voces y las risas de “mis”
invitados. No sé qué comentarios harían de mi actuación. No lo he sabido ni
quiero saberlo.
La mañana siguiente fue atroz, me daba vergüenza mirar a
nadie a la cara. No sé si me hicieron reproches pues todo habita en una
nebulosa gris pero ojalá me hubieran organizado una bronca monumental, a ver si
era capaz de reaccionar. Aunque no hubiera servido tampoco.
Pero no penséis que después de esto reaccioné. Todavía me
faltaban dos o tres años más de sufrir y de hacer sufrir hasta que fui
consciente de que estaba enfermo y que tenía que ir en busca de alguien que me ayudara
a poner remedio. Después de esto, hubo otras muchas navidades dichosas, vividas
en familia.
Mientras escribía todo esto no he sentido miedo, quizá algo
de vergüenza pero sobre todo rabia por hacer lo que hice y por tener borrados
tantos recuerdos de aquellos años que a pesar del tiempo transcurrido me
resultan confusos. Son años perdidos.
Soy el producto de mi pasado pero ahora se que tengo los
medios para no ser como sería.
Mi deseo de serenidad para todos.
No eres el único compañero. En lo que si estoy de acuerdo, es en mirar atras con tristeza por los años perdidos. PERO HACIA ADELANTE CON VALOR.
ResponderEliminarQue la vida te sea larga y fructifera.
Buenas, llevo 4 meses sobrio y mi consumo era de fin de semana. Aunque me pasaba que juntaba noches con dias de fiesta...un desastre, depresion despues, verguenza, todo lo que viene asociado...a pesar de ser joven he estado 20 años descontrolado. Eso si, muy responsable entre diario con trabajo y tal. Y estos dias he recordado justo el año pasado en estas fechas y simplemente...me da PENA de como era y ORGULLO de como soy. Un abrazo
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