sábado, 7 de diciembre de 2013

Confesiones de un adicto (7): Así eran mis celebraciones



Se acerca la Navidad, el solsticio de invierno o lo que sea que cada uno celebre…o no celebre, que de todo hay. En mi memoria han quedado celebraciones durante estos días que de ninguna manera volverán como aquellas de niño, con la inocencia aún intacta. Pero también han quedado recuerdos  de otras fiestas que me gustaría que no hubieran sucedido y que sin embargo no quiero olvidar porque son parte de mis vivencias y además, su recuerdo, son una especie de garantía para que no vuelvan a suceder.

Eran los años más crudos de mi adicción descontrolada al alcohol y posiblemente, en mi recuerdo, se mezclan secuencias  de varios años, creando, al final una sola realidad que me vuelve estos días a la memoria entre  brumas de aquellos tiempos grises. Me causa una especia de melancolía, un no querer haber sido, pero ya no me producen miedo ni me causan mal alguno pues me he reconciliado con estos recuerdos y no porque sea alguien excepcional sino simplemente porque no puedo hacer nada para que no hayan sido.

En aquellos años, teníamos dos hijos pequeños y nos gustaba organizar cenas en nuestra casa a donde venían invitados los hermanos de mi esposa con sus respectivos cónyuges e hijos. Casi todos teníamos hijos pequeños. Yo ayudaba en alguna labor de la preparación de la mesa mientras pensaba que ese día no la iba a liar. Me había encargado antes de que no faltara ninguna clase de bebidas pero estaba mentalizado a beber con moderación.

 
Los primero en llegar fueron un cuñado, su esposa y sus hijos. No es que me cayera especialmente bien, pero en cuanto me dijo para salir un rato hasta la cena pues era aún pronto me apunté sin pensarlo. En la mirada de mi mujer vi un rápido destello de temor pero imagino que no consideró oportuno decirme que no.

Y nos fuimos a dar una vuelta. “Dos vasos y nada más”. “Dos vasos y nada más”. Era como un mantra que repetía en mi mente. Recuerdo que recién habían salido los billetes de cinco mil pesetas, (hace tiempo ¿eh?) y me habían pagado con alguno de ellos. Como no podía ser de otra manera, tenía que enseñarlo y pagué el primer servicio y el segundo y no recuerdo si seguí pagando pues una vez empezaba perdía el control y por lo general volvía a casa sin dinero.

Mi cuñado era tan bebedor como yo, no sé si le afectaba de la misma manera, aunque pienso que algo sí y yo en aquel tiempo tenía un enorme complejo de inferioridad, así que, en cuanto me propuso ir a visitar un bar de mujeres que había cerca, acepté sin pensarlo. Para entonces ya había perdido el sentido del tiempo y ni se me ocurrió mirar el reloj para ver cuánto teníamos aún. Y además ¿qué importaba?, ya llegaríamos.

Y así, nos presentamos los dos en el susodicho local. Dada la fecha (24 de diciembre a la noche) no había nadie salvo dos mujeres tras la barra. Tengo que decir que no se si eran guapas o no ni sé si tomamos alguna consumición, algo hablaba mi cuñado con ellas pero no tengo un recuerdo muy claro.

Se abrió la puerta de pronto y aparecieron mi mujer y su cuñada que nos hicieron salir y nos llevaron a casa. Es uno de los momentos que más vergüenza he pasado en mi vida, ya que aún quedaban otros momentos ese día. Y por el camino iba rememorando todo el proceso o lo que era capaz de recordar, de por qué había llegado hasta allí y veía mi falta de carácter, mi complejo de inferioridad que intentaba tapar con un gran orgullo y todo ello lo sumergía en bebida.

La llegada a casa fue, por decirlo de alguna manera, triunfal. En la mesa del salón, llena de todos los aperitivos, incluyendo algunos de los que yo había ayudado a preparar, se encontraban ya sentados todos los invitados. Recuerdo que alguna de mis cuñadas me miró con una mezcla de reproche, de sorpresa y de algo más; del resto no me acuerdo. Mi sitio me estaba esperando, presidiendo la mesa, pero yo no estaba por la labor: estaba sudando, ese sudor frío tan propio de la bebida, me estaba mareando por momentos y además no me apetecía comer nada.

Ni siquiera me senté a la mesa, me fui a mi habitación y me acosté. La cama y la habitación daban vueltas y me tenía que agarrar pues parecía que me iba a caer, mientras escuchaba las voces y las risas de “mis” invitados. No sé qué comentarios harían de mi actuación. No lo he sabido ni quiero saberlo.
La mañana siguiente fue atroz, me daba vergüenza mirar a nadie a la cara. No sé si me hicieron reproches pues todo habita en una nebulosa gris pero ojalá me hubieran organizado una bronca monumental, a ver si era capaz de reaccionar. Aunque no hubiera servido tampoco.

Pero no penséis que después de esto reaccioné. Todavía me faltaban dos o tres años más de sufrir y de hacer sufrir hasta que fui consciente de que estaba enfermo y que tenía que ir en busca de alguien que me ayudara a poner remedio. Después de esto, hubo otras muchas navidades dichosas, vividas en familia.
Mientras escribía todo esto no he sentido miedo, quizá algo de vergüenza pero sobre todo rabia por hacer lo que hice y por tener borrados tantos recuerdos de aquellos años que a pesar del tiempo transcurrido me resultan confusos. Son años perdidos.

Soy el producto de mi pasado pero ahora se que tengo los medios para no ser como sería.

Mi deseo de serenidad para todos.

2 comentarios:

  1. No eres el único compañero. En lo que si estoy de acuerdo, es en mirar atras con tristeza por los años perdidos. PERO HACIA ADELANTE CON VALOR.
    Que la vida te sea larga y fructifera.

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  2. Buenas, llevo 4 meses sobrio y mi consumo era de fin de semana. Aunque me pasaba que juntaba noches con dias de fiesta...un desastre, depresion despues, verguenza, todo lo que viene asociado...a pesar de ser joven he estado 20 años descontrolado. Eso si, muy responsable entre diario con trabajo y tal. Y estos dias he recordado justo el año pasado en estas fechas y simplemente...me da PENA de como era y ORGULLO de como soy. Un abrazo

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