Llegan las fiestas de Navidad con sus cestas, sus comidas de
empresa (para quien tenga la suerte de trabajar), sus brindis por el final del
año y por el comienzo de otro y a los que por razones obvias no podemos (no
debemos) beber nos tocará decir más de una vez decir eso de “no gracias, no
bebo”. Y esto tan fácil de decir, a más de uno le costará un triunfo.
Yo tengo que decir que ya me resulta de lo más fácil y en
absoluto me importa decirlo, lo mismo que el hecho de rechazar un cigarro. Pero
no siempre ha sido así. Un mes de noviembre de hace unos cuantos años, tan frío
como el del año actual, comencé mi andadura de empezar a vivir de nuevo y para
ello tuve que empezar a “no beber” (valga la expresión) cosa que, cada vez con
mayor rapidez, me estaba llevando al desastre más completo.
En contra de todas las recomendaciones que me habían hecho
mis compañeros de terapia, el día siguiente entré en el bar de siempre a la
hora de siempre pero, sin la intención de beber alcohol. Como es normal, me
pusieron lo de siempre a esa hora, una copa de buen coñac. Yo no fui capaz de
decir que quería otra cosa (me daba vergüenza de qué pensarían) pero tampoco
tenía intención de beberla, así que, disimuladamente, la vacié entre mis pies y
el mostrador.
Ésta primera experiencia me dejó confuso y en cierto modo
desanimado. ¿Qué haría en las celebraciones que se avecinaban? Yo me sentía de
lo más frágil y casi estaba a punto de dejarlo y beber de nuevo, aún sabiendo
que quizá después no tendría otra oportunidad pues ya sabía que para mí todo
era empezar. Pero tuve una ayuda inesperada, que por cierto, me sentaba muy
mal: mi mujer se encargaba de decir a todo el que quisiera escuchar que yo no
bebía y por tanto no me sirvieran vino, ni licores, ni champán.
Lo cierto es que pasé mis primeras navidades con éxito. Pero
no terminaron aquí mis cuitas. Todas las semanas tenía que trasladarme por
asuntos de trabajo y tenía que comer en un restaurante. Pasaba mis apuros
pensando qué pediría para beber pues siempre lo había hecho con vino. Un día,
paseando la mirada alrededor, observé con asombra que cantidad de gente tenía botellas
de agua en la mesa y descubrí que se podía comer con agua. Y no exagero, para
mí fue un descubrimiento.
Después vino la época de decir que no bebía, pero…”es que me
lo había prohibido el médico”, “estaba tomando medicamentos”, “tenía mal el
estómago” y también en esta época aprendí más de un truco que aún utilizo
actualmente: dejar que llenen la copa al principio de la comida y claro, ya no
te pueden echar más; una solución más atrevida como colocar la copa del revés y
os puedo asegurar que cualquier camarero que se precie sabe qué quiere decir y
al final, si hay brindis dejar que llenen la copa de champán y brindar con
todos dejando después la copa en la mesa. No os preocupéis que ya habrá quien
se la beba.
Hoy día, digo con la mayor naturalidad que no bebo, seguro
que no soy el único, y a nadie le interés por qué razón. No tengo inconveniente
alguno en que sepan que soy adicto y tengo que abstenerme de consumir, pero tampoco
tengo por qué pregonarlo a los cuatro vientos. De hecho más de una vez me han
llegado a preguntar qué hago para no beber y no tengo reparo en contar mi
experiencia. Así que, los primeros pasos pueden ser titubeantes pero con un poco de ingenio y perseverancia se
llega a dominar esto que al principio nos da tanto miedo y vergüenza y tantos
apuros nos crea. Y os puedo asegurar que hay cantidad de bebidas, desconocidas
para mí hasta el momento, que puedo consumir sin desentonar y algunas de ellas
servidas de forma que parecen un combinado de lo más sofisticado. Así que,
ánimo a quien esté en los comienzos.
Y no, no es como yo me imaginaba una vida aburrida y triste.
La alegría la llevo dentro, aunque tardó en llegar, de tal forma que no
necesito beber para animarme y contar chistes, cantar si se tercia o echar una
buena partida. Y a veces, uno se divierte viendo cómo va cambiando el personal
a medida que transcurre la cena o la comida y se asombra viendo que aquellas
eran las cosas que hacía y decía uno a medida que se entonaba con el alcohol.
Llega un momento en que me doy cuenta que desentono un poco,
ya a ciertas horas y con las ideas claras entre personas que, por decirlo de
alguna manera, ya empiezan a hablar en inglés. ¿Qué mayor satisfacción que,
aunque me haya retirado más tarde de lo normal, leer un capítulo o dos del
libro de turno? ¡Y levantarse a la mañana siguiente descansado y fresco! Luego,
dando un paseo, es normal ver personas desastradas, sin dormir, sin lavarse, lo
cual, ojo, no quiere decir que sean como yo. Posiblemente al día siguiente lo
recuerden como una anécdota sin importancia ya que a ellos no les afecta la
bebida de la misma manera que a mí.
En ningún momento he abogado ni se me ha pasado por la
cabeza pedir que prohíban el alcohol. Soy un gran amante de la liberta de
elección. Para terminar, a mí me han visto de aquellas maneras cuando bebía y
si entonces no tenía vergüenza, ¿por qué va a importarme ahora decir que no
consumo?
Venga, a pasar unas buenas fiestas y a disfrutar de la vida
como los que más.
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