En mis tiempos jóvenes no teníamos acceso a tantos
artilugios como los que hoy nos rodean: teléfonos móviles, internet, wasap, mps
de todos los números, por no existir casi ni la televisión existía. Nuestra
forma de transitar la vida se valía de medios más elementales como leer (al que
le gustara) ir al monte, escuchar los partidos de futbol por la radio (el que
era aficionado) y por supuesto, bailar en las plazas de los pueblos en fiestas
y después tontear con la chica de turno, cosa que salvo en raras ocasiones
terminaba en algo serio y beber, sobre todo beber.
Yo nunca conseguí grandes logros con las chicas en estos
tiempos, entre otras cosas porque según iba creciendo, crecía en mí una
paralizante timidez. Tengo que confesar que pasaba envidia cuando mis
compañeros contaban sus hazañas. Por otro lado, mi educación en colegio, me
pesaba demasiado y me dificultaba enormemente un trato normal con las chicas.
Ya entonces lo intuía pero hoy, con la perspectiva del tiempo, lo veo con
claridad.
Así pues, iban creciendo mi timidez, fruto de mi miedo a
quedar mal, que a su vez me generaba inseguridad, que a su vez generaba
retraimiento…bueno, era una cadena sin fin. Un buen día tomé mi primer vaso de
vino y observé que todos estos sentimientos paralizantes se calmaban; si tomaba
dos ya me volvía casi extrovertido y si tomaba más ya era atrevido, incisivo,
gracioso, capaz de cortejar a una chica y de llevar con ella una conversación
fluida.
Así iba transcurriendo mi juventud, echando mano de esta
herramienta que me ayudaba a sacar mi yo más ingenioso y sin mayores
consecuencias. Durante ése período terminé mis estudios de ingeniería, tuve más
de una novia y por despecho con mi padre militar, me alisté en el ejército,
pero en otro cuerpo. Hice los estudios correspondientes y me gradué de
suboficial. Vamos, que llevaba una vida adecuadamente fructífera aunque ya por
entonces y muy de vez en cuando, me pasaba con la bebida y como sucede en estos
casos, hacía cosas inconvenientes.
Ya a los veintiocho años y en mi vida de trabajo, empecé a
darme cuenta de que me hacía falta beber todos los días y que cada vez me
gustaba menos el trabajo y mis circunstancias y no pensaba más que en la hora
de salir y así, con altibajos, dándome cuenta de mi problema incipiente con la
bebida pero mirando para otro lado. Comencé a salir con la que con el tiempo
sería mi mujer.
Había una especie de intuición que nos llevaba a hablar de
que cuando nos casáramos, no tendríamos bebidas en casa. Yo llevaba una doble
vida, una ordenada y tranquila cuando salía con ella y otra desordenada y hasta
disoluta cuando la dejaba. Dentro de mis delirios de grandeza me compré un
coche deportivo de forma que, cuando por las noches cerraban todos los bares me
iba con otros a otra ciudad, o incluso solo pues hasta esos otros eran capaces
de retirarse a determinada hora. Fue una época de desorden casi diario y me
provoqué situaciones de todas clases, malas, por supuesto. Los días en que iba
a trabajar sin haber dormido eran frecuentes, días eternos que hoy no sé cómo
los sobrellevaba.
El día de mi boda (de alguna manera iba haciendo las cosas
que se supone tenía que hacer), el día de mi boda, digo, y ya que era a las
doce del mediodía, hice antes mi ronda de bares tomando unas copas. No sé si se
me notaba mucho pero con el tiempo, en una discusión que tuvimos, me recordó
que hasta el día de mi boda estaba borracho.
A partir de ahí, comenzó una especie de pendiente imparable,
con períodos de lucidez cada vez más cortos. De alguna manera, sabía que había
cruzado una línea de cual no se vuelve. Cada vez hacía cosas más vergonzantes y
cada vez crecía con más fuerza en mi interior (algún día hablaré de mi vida
interior) una especie de rabia y de impotencia por aquello que no quería hacer
y hacía. Comencé a intentar dejar la bebida, pero aunque lo conseguía por
breves períodos, volvía a beber de nuevo, cada vez con más intensidad.
Me daba cuenta de que no trataba bien a mi familia, de que
me había quedado sin amigos, que era incapaz de vivir conmigo mismo, y eso,
empecé a pensar en la forma de morirme. No quería sufrir más. Si aún queda
alguien que piensa que una vez cruzada esa línea nos lo pasamos en grande, está
muy confundido, sufrimos muchísimo viendo lo que hacemos y nos hacemos, hasta
el punto de querer morirnos.
Por medio del gerente en mi trabajo, comencé a ponerme en
contacto con grupos de recuperación, en la Cruz Roja, primero, con otros después
hasta que encontré mi lugar. Todos me dijeron lo mismo. Que estaba enfermo y
que solo no podría detener esta enfermedad, crónica, donde las haya. Hoy tengo
detenida la enfermedad y no consumo y sigo asistiendo a mis reuniones donde me
ayudan a entenderme y ayudo a quien lo pide. Mi vida ha cambiado por completo.
Hoy he escuchado en tv los datos sobre bebida entre los
jóvenes y es preocupante. Yo no voy a decirles desde aquí que no beban a partir
de una edad prudencial, (como sabrá quien me haya leído con anterioridad, soy
enemigo de las prohibiciones) solo me gustaría que recapaciten, que no lleguen
a cruzar la línea a partir de la cual no se vuelve, como hice yo. Hoy día
tienen a su disposición muchos más medios de los que tuve yo, seguramente una
mejor preparación, pero entiendo que el
futuro lo tienen que ver mucho más incierto. Yo les diría que no ahoguen ésta
frustración en alcohol, es bonito vivir, cuando la vida es generosa y cuando
no. Y podéis tomar decisiones, cosa que yo no pude hasta que fui capaz de
dominar mi adicción.
Esto también pasará (yo tampoco lo creía).
Feliz Navidad a todos.
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