viernes, 20 de diciembre de 2013

Confesiones de un adicto (9): Cuando se cruza la línea de no retorno.



En mis tiempos jóvenes no teníamos acceso a tantos artilugios como los que hoy nos rodean: teléfonos móviles, internet, wasap, mps de todos los números, por no existir casi ni la televisión existía. Nuestra forma de transitar la vida se valía de medios más elementales como leer (al que le gustara) ir al monte, escuchar los partidos de futbol por la radio (el que era aficionado) y por supuesto, bailar en las plazas de los pueblos en fiestas y después tontear con la chica de turno, cosa que salvo en raras ocasiones terminaba en algo serio y beber, sobre todo beber.

Yo nunca conseguí grandes logros con las chicas en estos tiempos, entre otras cosas porque según iba creciendo, crecía en mí una paralizante timidez. Tengo que confesar que pasaba envidia cuando mis compañeros contaban sus hazañas. Por otro lado, mi educación en colegio, me pesaba demasiado y me dificultaba enormemente un trato normal con las chicas. Ya entonces lo intuía pero hoy, con la perspectiva del tiempo, lo veo con claridad.

Así pues, iban creciendo mi timidez, fruto de mi miedo a quedar mal, que a su vez me generaba inseguridad, que a su vez generaba retraimiento…bueno, era una cadena sin fin. Un buen día tomé mi primer vaso de vino y observé que todos estos sentimientos paralizantes se calmaban; si tomaba dos ya me volvía casi extrovertido y si tomaba más ya era atrevido, incisivo, gracioso, capaz de cortejar a una chica y de llevar con ella una conversación fluida.

Así iba transcurriendo mi juventud, echando mano de esta herramienta que me ayudaba a sacar mi yo más ingenioso y sin mayores consecuencias. Durante ése período terminé mis estudios de ingeniería, tuve más de una novia y por despecho con mi padre militar, me alisté en el ejército, pero en otro cuerpo. Hice los estudios correspondientes y me gradué de suboficial. Vamos, que llevaba una vida adecuadamente fructífera aunque ya por entonces y muy de vez en cuando, me pasaba con la bebida y como sucede en estos casos,  hacía cosas inconvenientes.

Ya a los veintiocho años y en mi vida de trabajo, empecé a darme cuenta de que me hacía falta beber todos los días y que cada vez me gustaba menos el trabajo y mis circunstancias y no pensaba más que en la hora de salir y así, con altibajos, dándome cuenta de mi problema incipiente con la bebida pero mirando para otro lado. Comencé a salir con la que con el tiempo sería mi mujer.





Había una especie de intuición que nos llevaba a hablar de que cuando nos casáramos, no tendríamos bebidas en casa. Yo llevaba una doble vida, una ordenada y tranquila cuando salía con ella y otra desordenada y hasta disoluta cuando la dejaba. Dentro de mis delirios de grandeza me compré un coche deportivo de forma que, cuando por las noches cerraban todos los bares me iba con otros a otra ciudad, o incluso solo pues hasta esos otros eran capaces de retirarse a determinada hora. Fue una época de desorden casi diario y me provoqué situaciones de todas clases, malas, por supuesto. Los días en que iba a trabajar sin haber dormido eran frecuentes, días eternos que hoy no sé cómo los sobrellevaba.

El día de mi boda (de alguna manera iba haciendo las cosas que se supone tenía que hacer), el día de mi boda, digo, y ya que era a las doce del mediodía, hice antes mi ronda de bares tomando unas copas. No sé si se me notaba mucho pero con el tiempo, en una discusión que tuvimos, me recordó que hasta el día de mi boda estaba borracho.

A partir de ahí, comenzó una especie de pendiente imparable, con períodos de lucidez cada vez más cortos. De alguna manera, sabía que había cruzado una línea de cual no se vuelve. Cada vez hacía cosas más vergonzantes y cada vez crecía con más fuerza en mi interior (algún día hablaré de mi vida interior) una especie de rabia y de impotencia por aquello que no quería hacer y hacía. Comencé a intentar dejar la bebida, pero aunque lo conseguía por breves períodos, volvía a beber de nuevo, cada vez con más intensidad.

Me daba cuenta de que no trataba bien a mi familia, de que me había quedado sin amigos, que era incapaz de vivir conmigo mismo, y eso, empecé a pensar en la forma de morirme. No quería sufrir más. Si aún queda alguien que piensa que una vez cruzada esa línea nos lo pasamos en grande, está muy confundido, sufrimos muchísimo viendo lo que hacemos y nos hacemos, hasta el punto de querer morirnos.
Por medio del gerente en mi trabajo, comencé a ponerme en contacto con grupos de recuperación, en la Cruz Roja, primero, con otros después hasta que encontré mi lugar. Todos me dijeron lo mismo. Que estaba enfermo y que solo no podría detener esta enfermedad, crónica, donde las haya. Hoy tengo detenida la enfermedad y no consumo y sigo asistiendo a mis reuniones donde me ayudan a entenderme y ayudo a quien lo pide. Mi vida ha cambiado por completo.

Hoy he escuchado en tv los datos sobre bebida entre los jóvenes y es preocupante. Yo no voy a decirles desde aquí que no beban a partir de una edad prudencial, (como sabrá quien me haya leído con anterioridad, soy enemigo de las prohibiciones) solo me gustaría que recapaciten, que no lleguen a cruzar la línea a partir de la cual no se vuelve, como hice yo. Hoy día tienen a su disposición muchos más medios de los que tuve yo, seguramente una mejor  preparación, pero entiendo que el futuro lo tienen que ver mucho más incierto. Yo les diría que no ahoguen ésta frustración en alcohol, es bonito vivir, cuando la vida es generosa y cuando no. Y podéis tomar decisiones, cosa que yo no pude hasta que fui capaz de dominar mi adicción.

Esto también pasará (yo tampoco lo creía).

Feliz Navidad a todos.

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