Echando la vista atrás me doy cuenta de que una de las
claves para detener mi adicción, fue aceptarme yo y aceptar mi entorno de forma
más o menos consciente. Un poco lo que decía Ortega y Gasset “yo soy yo y mis
circunstancias”. Es evidente que sin haber aceptado que, en mi caso, el alcohol
me dominaba de forma que mediatizaba mi vida llevándola a un precipicio sin
retorno, no hubiera podido dar comienzo a mi recuperación.
He dicho antes que lo hacía de forma más menos consciente
porque en aquellos comienzos, aún tenía el cerebro demasiado obnubilado por las
brumas de mis años de consumo descontrolado. Pero según iba adquiriendo una
forma de pensar más clara me daba cuenta de que había muchas cosas que no me
gustaban.
En primer lugar, no me gustaba yo, ni en lo físico ni en lo
mental (para aquellos que no les asuste la palabra, en lo espiritual). Había
maltratado mi cuerpo lo suficiente para tener un aspecto no demasiado
saludable, pero sorprendentemente me recuperé muy rápidamente una vez había
dejado de consumir y además empecé a quererme un poco como para asearme lo
mejor posible. Ya no me asustaba mirarme al espejo y aunque no llegaba a un
George Clooney pues tampoco estaba tan mal.
Pero estaba el otro
aspecto que me resultaba más arduo de trabajar y era mi vida interior,
conflictos internos que nunca había aprendido a resolver. Lo que más me angustiaba
de momento, era un enorme sentimiento de culpabilidad cuando recordaba las cosas
que había sido capaz de hacer (y de no hacer) dominado por mi adicción. No
podía enviarlo al olvido y tenía que aceptar que aquello lo había hecho yo, con
la atenuante o el agravante del alcohol, da igual, pero yo era el autor y tenía
que mirar a aquellos hechos de frente y aceptar que habían sido. Luego vendría
la tarea, aún inconclusa, de concederme el perdón de forma que no siguieran
corroyendo mi interior.
De pronto, además, me encontré con una serie de sentimientos
y de emociones a las cuales tenía que ir poniendo nombre y llamar al
sentimiento de ira por su nombre y no “carácter fuerte”, a la envidia llamarla
como es y no “crítica constructiva”, y así uno por uno. En los años que perdí
con mi adicción, no había aprendido a manejar todas estas emociones que además,
por lo que me fui preocupando de leer, son de muy difícil manejo, como había
leído a Eduard Punset en alguno de sus libros. Evidentemente esta forma de ser
no me gustaba y me pasé años batallando para mejorar sin éxito alguno. Como
dejó escrito Paulo de Tarso en su carta a los romanos, cuanto más me esforzaba
en alejar mis defectos más se me apegaban. Hasta que por fin caí en la cuenta
de que tenía que aceptarlos como parte de mí y poco a poco y sin batallar
contra ellos, aprender a manejarlos y darles salida de forma que no causaran
daño a mí ni a mi entorno. Y en ello estoy, convencido de que es una labor
apasionante que dura hasta el final y de la cual, aunque hay veces que
desfallezco, voy viendo sus frutos y además es sumamente gratificante.
En mis tiempos de actividad adictiva me pasaba el tiempo
pensando que no estaba en el lugar que me correspondía, que no tenía el trabajo
que me merecía, que mi situación material no era la que debía de ser. Vivía de una
forma pseudoprovisional, siempre esperando algo que no llegaba. Vamos, que no
me gustaba mi entorno ni mis circunstancias ni nada. Pero en lugar de buscar la
manera de adaptarme (aceptar) a ello intentando después ir cambiando estas
circunstancias, me resultaba más fácil refugiarme en mi adicción y crearme una
realidad diferente mientras duraban sus efectos.
Con el tiempo he aprendido que si quiero vivir sin
demasiados conflictos internos, tengo que aceptar las circunstancias que me
rodean, me gusten o no y a partir de ahí trabajar para cambiar, si es posible,
las que no me gusten, sin prisas ni enojos.
Hay dos palabras que antes utilizaba sin demasiado sentido:
aceptar y resignarse y que evidentemente no se parecen en nada en su
significado. En todo lo que he contado anteriormente he hablado de “aceptar”
para después cambiar si puedo y no de “resignarme” a lo que es de forma
inmovilista. Quiero dejarlo bien claro ya que quizá haya quién pregunte, por
poner un ejemplo, “¿quiere todo esto decir que debo aceptar sin hacer nada la
situación que ha creado la crisis actual?” Mi opinión es que tengo que aceptar
esta situación y a partir de ahí plantearme qué puedo hacer, que como ciudadano
de a pie puede ser la ayuda a los más necesitados, prestar mi firma cuando me
la piden para algo con sentido, manifestar mi opinión cuando puedo… Pero no me
sirve de ningún provecho pasarme el día quejándome, criticando a estamentos que
escapan a mis posibilidades y viviendo, en fin, amargado, de forma que una
buena solución es una copa. Por tanto, acepto lo que hay y a partir de ahí
actúo en mi entorno.
Quiero dejar constancia de que hace años que me desapareció
aquella obsesión irrefrenable a consumir gracias en gran parte a que he sido
capaz de aceptarme a mí y aceptar mi entorno y sobre todo y en primer lugar,
aceptar que esto es una enfermedad incurable que solo no puedo manejar. A lo
largo de estos años sin consumir me han sucedido situaciones buenas,
situaciones regulares y malas, muy malas, pero he tenido la habilidad aprendida
de adaptarme a ellas y he sido capaz de solucionarlas. Mi vida es otra y cada
día descubro algo nuevo y sorprendente. Merece la pena.
Que los magos de Oriente os traigan muchas satisfacciones y
ganas de vivir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario