viernes, 10 de enero de 2014

Confesiones de un adicto (12): Situación límite.



Tuve la ocasión de hablar con Santiago por primera vez un domingo. Me tocaba ese día atender al teléfono de nuestra asociación a la espera de alguien que llamara pidiendo ayuda para su problema de adicción. Recuerdo que estuvimos hablando cerca de media hora. Arrastraba las palabras como solemos hacer cuando nos hemos pasado de consumición y comentó que estaba cansado de sufrir y que quería poner remedio a su situación.

Por lo que he ido conociendo a lo largo del tiempo, muy pocos hemos dado este paso por el simple deseo de dejar de consumir,  algo así como si nos hubiera entrado la inspiración divina, sino que hemos recurrido a pedir ayuda porque el sufrimiento se nos hacía insoportable. Más adelante nos vamos dando cuenta de que el origen de todos nuestros males y sufrimientos es nuestra adicción a cualquier tipo de drogas además de un estado mental desquiciado, pero eso llega más tarde.

Santiago estaba pidiendo ayuda porque era incapaz de seguir con su sufrimiento. Me contó que tenía un negocio y quedamos para vernos el lunes durante la mañana en el mismo. Esto me daba una cierta garantía de que llegaríamos a vernos pues es muy frecuente que una vez pasados los efectos no se acuda a la cita concertada. En esta ocasión era yo el que acudía.

Me encontré a Santiago con el aspecto de estar aún pasando la resaca, con barba de dos días, vestido descuidadamente y con las huellas en el rostro de una larga carrera de adicción. Al contrario de otras muchas personas que me ha tocado recibir y que suelen minimizar su problema hasta el punto de negarlo (y uno se pregunta para qué ha llamado entonces), Santiago reconoció abiertamente que tenía un problema grave y que quería dar un cambio a su vida. Charlamos largamente y yo le expliqué que había pasado por su misma situación, o parecida, y que se podía superar. Le invité a asistir aquella misma tarde a una de nuestras reuniones de terapia y así lo hizo.

Hicimos viajes juntos visitando a otros grupos y tuve ocasión de hablar mucho con él. Me contó de todos sus problemas de familia y de relaciones, que son los típicos, pero tenía muy claro que no quería volver a su vida pasada.


Si hay una cosa que se recupera con rapidez es el aspecto físico y Santiago iba mejorando a ojos vista y pasado un tiempo decidió que tenía que abrir su negocio en otro lugar más comercial. Se sentía con fuerzas para afrontar ese reto y así lo hizo. Poco después comenzó a dejar de asistir a nuestras reuniones y perdí casi el contacto con él. Pero nos veíamos de vez en cuando y sabía que asistía a otros grupos de terapia más cercanos a su domicilio.

Al mismo tiempo yo tuve un problema neurológico que me mantuvo alejado de la vida social prácticamente durante un año y dejamos de tener contacto aunque yo me acordaba más de una vez pues hace ilusión que una persona con la cual has hablado el primer día continúe con su proceso de recuperación.

Hace tres semana me lo encontré casualmente cuando iba dando un paseo y estuvimos charlando un rato. Me alegré de verle pero no tanto por lo que me contaba. Éstos malos tiempos que estamos pasando se habían llevado su negocio por delante y se encontraba prácticamente en la indigencia. Me contó que alguna vez acudía a comer a uno de los comedores sociales que han proliferado pero que seguía adelante con su terapia y que no consumía. No quería volver por nada del mundo a su estado anterior. No quise preguntarle cómo se las arreglaba para seguir atendiendo a sus dos hijos y a su mujer aunque por lo que escuché, lo hace. Quizá tenga algún dinero guardado lo cual me alegraría.

Ahora piensa marcharse a Estados Unidos para montar un pequeño negocio y me pidió que le localizara centros de atención de dependencias de habla hispana pues pensaba continuar recuperándose ya que tiene claro que sus problemas, por grandes que sean, lo serán más consumiendo como antes. Y así lo hice.
A veces pienso en él y aunque la vida con frecuencia me ha puesto platos que no son de gusto, pienso si yo sería capaz de superar una situación así sin hundirme ni perder la esperanza. La semana pasada le llamé por teléfono para interesarme de cómo le iban las cosas y darle ánimos. Estaba tramitando el papeleo del visado, me dijo, y me dio las gracias por la llamada. Quizá cuando termine de escribir le vuelva a llamar.

Ruego por que siga con el ánimo de controlar su adicción y le deseo lo mejor. Yo quiero sacar toda la enseñanza posible de esto que sí que es un ejemplo a seguir y que me hace sentir ridículo cuando me veo tan ufano de cómo controlo mi dependencia. Cuando las cosas van bien, qué fácil es controlar nuestros impulsos.

Desde esta torpe semblanza de tu situación, te envío todo mi ánimo y espero que tengas éxito. Quiero pensar que esto también pasará y que el próximo encuentro que tengamos sea para que me cuentes que te han ocurrido muchas cosas buenas. Mientras tanto me acuerdo de ti todos los días.

El nombre de este compañero es ficticio pero todos los acontecimientos son verídicos. Solamente he comentado lo que él ha querido que se sepa. Cualquier otra confidencia que haya podido hacer en la confianza que dan las reuniones de terapia ha sido suprimida.

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