viernes, 17 de enero de 2014

Confesiones de un adicto: Un día sin beber.



Hoy tengo la cabeza tan repleta de sensaciones que no se centra en una idea concreta. Ayer tuve una pequeña intervención en la cadena Ser  para informar de que el sábado 25 celebramos el 18 aniversario de nuestro grupo y aunque no es la primera vez que lo hago siempre queda la duda de haber quedado bien. Ya está hecho.

El caso es que no sabía sobre qué escribir hoy y ahora que acabo de venir de la reunión de mi grupo se me ha ocurrido la idea de por qué no tocar algo que me ayudó sobre manera en mis comienzos de abstención y aún ahora: estar sin beber veinticuatro horas, un día y no tomar la primera copa.
Tengo que decir que cuando me rebajé a pedir ayuda (yo que he sido todo orgullo) y me la brindaron, era totalmente escéptico. Había prometido tantas veces que lo iba a dejar (de beber) que tenía la seguridad de que iba a ser un intento más con el mismo resultado. Y es que aunque el sufrimiento creciente me empujaba a poner una solución, me resultaba angustioso pensar en una vida entera sin beber, ni siquiera un día entero. Y qué pensar de las comidas y las cenas con amigos, y las celebraciones. No sé, veía ante mí una vida triste y gris. Ahora que miró hacia atrás veo que la vida triste y gris fue aquella que dejé.

Como es de suponer, yo no sabía por dónde empezar ¿dejar de beber de golpe, poco a poco o durante una semana? Me dijeron que no pensara en ello, que pensara solamente en hoy. El mayor borracho puede permanecer un día sin beber, me explicaron, y el día de hoy es todo lo que tenemos, mañana quizá ni siquiera estemos vivos. Yo estaba acostumbres a planificar a largo plazo, planes que nunca se cumplían y que por ello me frustraban más cada vez con lo cual recurría más a la bebida para escapar y así en un círculo sin fin.

Empecé a intentar pensar solamente en hoy, en el momento. Me imaginé un símil para intentar comprender el asunto: si me trajeran el día primero del año todo el trabajo que tenía que hacer durante ese año, seguro que me podía dar algo y sin embargo, un día tras otro se hacía todo eso que me parecía desorbitado. Así podía ser el camino hacia mi abstinencia, un día a la vez.



Tengo que decir que iba viendo una serie de cosas que me resultaban infantiles y de gentes sin tantas luces como yo (otra vez el orgullo, algún día hablaré de ello) ya que me dijeron a continuación que para facilitarme más las cosas, podía prescindir de la primera copa. Por supuesto, si no tomaba la primera claro que no pasaría nada ¡qué idea tan infantil! Pero ¿cómo no se me había ocurrido a mí antes? Yo tenía comprobado que el primer trago desataba en mí una especie de reacción que me hacía ver las cosas de otra manera pero nunca se me había ocurrido pensar que evitando ese primer trago dejaba de poner en marcha ese mecanismo infernal que me llevaba al desastre.

Pero mi comprensión de todo esto llego un día de mayo, cuando empieza a calentar el sol (a veces) y yo veía como se tomaban unas cervezas que suponía frías por el vaho en las jarras, espumeantes y que se me hacían irresistibles. Lo comenté esa tarde con un compañero del grupo que me dijo: “no tomes nada hoy, tómate mañana esa cerveza que tanto te apetece”. Ese simple comentario calmó mis deseos inmediatos pues sabía que “mañana” iba a tomarme esa cerveza fría y espumeante.

No sé qué ocurrió “mañana” pero no tomé nada. Lo pospuse otro día más. No recuerdo si me costó mucho poco ir sumando días ya que el primer recuerdo que tengo es de asombro cuándo llevaba tres meses sin beber. Había pasado por algún apuro que otro pero llevaba ya tres meses. Aquello me dio un enorme ánimo y el deseo de seguir acumulando días. Me estaba funcionando esa fórmula tan elemental que yo casi había despreciado. Fui viendo que la vida sin beber no era tan aburrida. Miento, no sin beber; aún tenía obsesión y me ponía hasta arriba de café; era el sucedáneo. Hoy día también esa obsesión se ha pasado.

Ante mí se presentaba la vida pero había un problema y es que yo no había aprendido a vivirla. Así que tenía por delante una labor enorme en la cual aún me encuentro ocupado: vivir. Otro día me gustaría escribir sobre esto ya que estoy convencido de que sin un aprendizaje y un cambio profundo, la abstinencia tan dolorosamente alcanzada sería de poca duración.

Bueno, se me ha hecho tarde y lo dejo. A los que me leáis gracias y a todos ánimo. Se puede.

2 comentarios:

  1. Gracias Jesus, duros dias, aun los recuerdo con angustia. Pero como bien dices, tenemos que seguir aprendiendo a vivir. Esto da animos.

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  2. Me encanta Jesús, que gran trabajo ese de solo preocuparse de vivir que tantas veces descuidamos todos los humanos, y, siendo, al fin y al cabo lo único importante de la vida. Te admiro a ti y a todos aauellos que luchan contra metas que en algún momento se ven tan imposibles. Y la verdad es que no, que todo en la vida con esfuerzo se puede conseguir. Un abrazo.

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