07-06-2014
Sonó el despertador a las cinco de la mañana. No entraba a
trabajar hasta las siete pero había descubierto que había una serie de bares
que abrían a esa hora. En la barra tenían colocadas una serie de copas de anís
en fila, del más corriente. No era necesario ni decir buenos días, se acercaba
uno, tomaba las copas que le apetecía y pagaba. Solía pedir un vaso de agua,
supongo que para disimular y que siempre lo dejaba intacto.
Mientras se afeitaba de forma automática iba pensando en que
no le gustaba el trabajo que tenía, que no ganaba lo suficiente, que la vida
era ingrata con él. Todo estaba mal y él era la víctima. Se abrigó bien al
salir a la calle y se encaminó hacia el primer bar de los que formaban su ruta.
Ese día tomó dos copas pues sentía más frustración que de costumbre. Y ya
puestos, en el siguiente tomó otras dos. Bien, ya iba cogiendo el estado de
ánimo en el cual se diluían todos los problemas. Cerca del lugar de trabajo había
otro bar así que ¿por qué no otra copa?
Vaya, las siete y diez, llegaba tarde al trabajo y si algo
no le gustaba era llegar tarde. Mejor no iría, total era viernes y hasta que
llegara el lunes ya encontraría alguna excusa. A casa no iba a ir, por
supuesto, así que se pasaría la mañana de bar en bar. Sabía que no era la mejor
idea pero ya había empezado y parar se haría imposible.
No pasó toda la mañana, pasó todo el día bebiendo y sin
comer. Por alguna razón había días que aguantaba más la bebida y este parecía
ser uno de ellos. Pero una cosa era no poder tenerse de pie y otra enredarse en
conversaciones sin sentido y a veces violentas haciéndose el importante. De vez
en cuando le venía a la memoria que tenía que estar trabajando pero lo desechaba
en seguida.
Ya era de noche y tenía que volver a casa. Hacía frío y no
iba a dormir en la calle y además se sentía muy cansado y con la mente
revuelta. Una y otra vez le venía a la cabeza una idea que últimamente le
atormentaba. “¡Otra vez lo has hecho!”. Subió las escaleras aclarándose la voz,
intentando fijar la mirada. Acertó a la tercera con la llave y entró en la casa
con paso inseguro. Su mujer le dedicó una mirada que se le antojó de desprecio
pero también de enfado. Se sentía obligado a decir algo.
La voz le salió insegura y vio que no articulaba bien las palabras.
Todas las excusas que había pensado le parecían sin sentido y solamente acertó
a decir: “Es la última vez” Vio la incredulidad en los ojos de la mujer pero no
dijo nada, no hubo recriminaciones. Como le ocurría últimamente, le costaba
dormirse mientras su mente bullía con un cúmulo de pensamientos pero uno
dominaba sobre el resto: “tengo que dejarlo, desde mañana voy a ser otro.”
Llegó el sábado y se levantó con la cabeza pesada por la
resaca y la boca pastosa y con un sabor amargo. La ducha le entonó un poco. Una
y otra vez le venía a la cabeza el recuerdo de que a partir de ese día iba a
ser otro. Iba a dejar de beber. Hasta estuvo más amable que de costumbre con su
mujer y se ofreció a hacerle la compra. Pasó junto a dos bares y sintió el
impulso de entrar pero no lo hizo.
A media tarde salieron a dar un paseo con los dos hijos. Se
sentía casi un héroe pues llevaba todo el día sin beber, aunque le costaba. De
vuelta a casa pararon a tomar algo en una cafetería. Cogieron una mesa y él se
ofreció a pedir al camarero y llevárselo a la mesa. El tomaría un batido de chocolate, pensó.
Llevó la consumición y mientras el camarero le llenaba el vaso con el batido se
le iluminó la mente con una brillante idea. Miró hacia la mesa donde se
encontraba su familia y se fijó que nadie le prestaba atención. Quizá si no hubiera
conocido al camarero no lo hubiera hecho pero con un gesto de complicidad le
dijo: “Echa una copa de coñac en el batido”.
Tomaron otra consumición y volvió a hacer lo mismo. Su mujer
le notó algo y le preguntó si había bebido. “Ya has visto que no”-“Pues es que
también te sientan mal los batidos” Siguieron camino a casa en silencio
mientras iba pensando que ya estaba otra vez, que había fracasado, que tenía
que dejar de beber pero que no podía. Sabía que el día siguiente sería un
domingo gris y malhumorado pues sería difícil encontrar una excusa para salir
sólo. Pero llegaría el lunes y entonces volvería a levantarse dos horas antes,
a hacer la ronda de bares y después iría a trabajar…o no.
Tenía que salir de esa situación pero ¿cómo? Con el tiempo
lo consiguió y se convirtió en otra persona pero esa es otra historia.
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